Ser madre de un hijo con discapacidad requiere un plus de vida...mucha fuerza física y más aún psicológica...para no caer o si lo haces, poder levantarte rápido...porque tu hijo te necesita...
Ese plus lleva aparejada una herida que no se cierra, que se abre en cualquier momento, por un detalle sin importancia o por un comentario importante.
La herida siempre está ahí, y cuando piensas que se está curando, la cicatriz se reblandece y se abre.
Es lo que a mí me pasa.
Voy a un colegio y, al ver, a niños oyentes, atentos, completos...se abre.
Voy a un espacio con discapacidad, y pienso en él y en mí, y en su futura vida...y se abre.
Veo una reacción desconcertante, regresiva, chocante...y se abre.
Veo una foto, y se abre.
Veo una realidad, que no es la mía, y se abre.
Recuerdo mi realidad pasada, y se abre.
Y cuando se abre, tropiezo y estoy a punto de caer...me agarro a lo que puedo, porque caer es lo último.
Creo que nunca se curará del todo...siempre vivirá en mí una herida abierta...Espero no transmitirlo a mi hijo...
Esa herida hay que mimarla y cuidarla para que no se haga más grande, pero tienes razón: nunca desaparece del todo. Eso bien lo sabemos tu y yo......
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